gustavo petro

Colombia acaba de elegir a su próximo presidente, Gustavo Petro, quien a pesar de su dilatada carrera política se presenta como un outsider que desalojará del poder a las élites que siempre han gobernado su país. Lo mismo prometieron Andrés Manuel López Obrador en México, Gabriel Boric en Chile, Pedro Castillo en Perú, Alberto Fernández en Argentina y varios otros presidentes latinoamericanos. El 2 de octubre habrá elecciones en Brasil y es casi seguro que estarán en competencia el actual presidente Jair Bolsonaro y el expresidente Lula da Silva.

Además de confrontar agresivamente a sus adversarios, todos estos líderes prometen cambios institucionales radicales y reformas económicas. Todos también se han comprometido a reducir significativamente la pobreza y la desigualdad.

¿Tendrán éxito?

No.

Durante varias décadas, ninguno de la larga lista de predecesores que intentaron lograr un cambio permanente y muy necesario en su país tuvo éxito. La excepción a esta tendencia fue Hugo Chávez y su sucesor, Nicolás Maduro, quienes transformaron radicalmente a Venezuela. Lo destruyeron.

El nuevo presidente colombiano es el último integrante de este club de líderes políticos que han llegado al poder con promesas populistas que no podrán cumplir o impondrán a toda costa, cueste lo que cueste y demás efectos nocivos. Además, deberán gobernar sociedades con niveles de polarización política y social que muchas veces imposibilitan llegar a acuerdos y compromisos entre grupos políticos o segmentos de la sociedad que compiten y no se toleran entre sí. Como en muchas otras partes del mundo, la toma de decisiones gubernamentales importantes en América Latina se encuentra bloqueada por una polarización que se alimenta de identidades grupales: religión, raza, género, región, edad, intereses económicos, ideologías, etc. Esta polarización, que siempre ha existido, ahora se ve reforzada por la posverdad: el auge de la desinformación, las fake news y la manipulación y difusión de mensajes que generan desconfianza.

Estas son las tres “P” que definen las realidades políticas de estos días: populismo (divide y vencerás, promete y ganarás), polarización (uso y abuso de la división) y posverdad (¿a quién creer?).

Gobernar con éxito en este contexto se vuelve aún más difícil dada la situación económica de América Latina. La salud de las economías de la región depende esencialmente de los precios internacionales de las materias primas que constituyen sus principales productos de exportación. Cuando aumenta la demanda y los precios de estos productos en el mercado mundial, los gobiernos latinoamericanos obtienen recursos que alimentan el gasto público y reducen así las fricciones políticas y sociales. Si los precios internacionales caen, los conflictos políticos y sociales se intensifican. Es un patrón recurrente.

Todo parece indicar que la economía mundial experimentará una fuerte contracción y que América Latina no podrá evitar el impacto de los choques externos. La inflación, un fenómeno hasta ahora desconocido para la gran mayoría de los jóvenes de la región, reaparecerá después de décadas en que los aumentos de precios no formaban parte de la vida cotidiana. La inflación será una fuente perniciosa de hambre, empobrecimiento, desigualdad, estancamiento económico y conflictividad social.

Los efectos políticos de la inflación ahora se ven agravados por una terrible condición preexistente: la desilusión con la democracia. Millones de latinoamericanos fuertemente afectados por la pandemia, el desempleo, la mala calidad de los servicios públicos, la inseguridad alimentaria, la corrupción y el crimen han perdido la esperanza de que las elecciones y la democracia les brinden las oportunidades que los políticos les han brindado durante mucho tiempo.

Es en este contexto que el presidente Gustavo Petro debe gobernar Colombia.

Tiene tres alternativas: la primera es darle viabilidad política a su ambicioso programa de cambio a través de tratos oportunistas con ciertos líderes, partidos de oposición y grupos sociales que se le oponen, lo que inevitablemente obligará al presidente a hacer concesiones. Aumentar este margen de apoyo será fundamental y requerirá mucho menos que decisiones virtuosas. La segunda alternativa es que Petro le ofrezca al país un acuerdo nacional amplio e incluyente. Una alianza amplia que permita tomar decisiones importantes y que sea sincera y creíble puede darte el apoyo que necesitas. Nuevamente, esto implica hacer concesiones que pueden ser difíciles de tragar para el presidente y quienes lo apoyaron en su búsqueda de la presidencia. La tercera opción que le queda es comportarse como lo han hecho los presidentes 3P en otras partes del mundo: debilitar furtivamente las instituciones, normas, frenos y contrapesos que definen la democracia.

Esperemos que la democracia colombiana sobreviva a las 3P.

@moisesnaim

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Fito Saenz Olvera