Andueza y la constitucionalización del autoritarismo
El pasado 25 de abril falleció el profesor José Guillermo Andueza Acuña, uno de los constitucionalistas más destacados de nuestro país. Sus valores republicanos, su vida familiar, su trayectoria académica y política han marcado el mundo académico.
Andueza fue mi profesor de pregrado de principios de derecho público y derecho constitucional en 1969 en la Universidad Católica Andrés Bello. En 1980 fui nuevamente su estudiante de doctorado en la Universidad Central de Venezuela en el campo de los regímenes políticos latinoamericanos. En ambos cursos, el profesor Andueza se caracterizó por su admirable puntualidad, su claridad expositiva y su capacidad para aclarar lo complejo.
A nivel de pregrado se destacó por ser un docente que estimuló la reflexión y el pensamiento crítico en sus alumnos. No patrocinaba estudios de memoria, porque el caletre atrofia la capacidad de pensar. En el momento de la evaluación, formuló las preguntas de tal forma que debían ser respondidas favoreciendo la reflexión, a partir de los conocimientos teóricos que estaba transmitiendo. Opone su estilo cartesiano al basado en la mecanización de la educación. Pero también estimuló el razonamiento inductivo, basado en problemas concretos. Puedo decir sin dudar que no fue un profesor autoritario, sino más bien tolerante con posiciones ajenas a la suya, siempre que se basaran en análisis teóricos y razonamientos coherentes.
Fue Decano de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas de la Universidad Central de Venezuela y Director del Centro de Estudios de Posgrado de la misma facultad. Era, pues, un ucevista integral. También fue profesor de la Universidad Católica Andrés Bello y Decano de la Facultad de Derecho de la Universidad José María Vargas.
Andueza también ha desempeñado funciones públicas bajo el manto de la probidad. Vale recordar que en 1981 renunció al cargo de Ministro de Justicia, porque “su salario no alcanzaba para cubrir los gastos de una familia tan numerosa como la suya”. Estos valores éticos merecen ser recordados en un momento en que la corrupción se ha convertido en uno de los vicios más llamativos del momento. Existe una cultura de la corrupción que parece obsoleta y desenfrenada por la falta de controles institucionales. Mi respeto y admiración por el profesor Andueza me impulsó a dedicarle mi primer libro, Petición, que publiqué en 1987, con motivo de la aprobación del nuevo Código de Procedimiento Civil.
Posteriormente, el destino me dio la oportunidad de responder a su discurso de incorporación como miembro de la Academia de Ciencias Políticas y Sociales, para ocupar el sillón número 2, que había quedado vacante por la muerte del expresidente Rafael Caldera. Andueza fue elegido en sesión el 6 de abril de 2010 e ingresó el 19 de julio de 2011. Presentó una ponencia titulada «La constitucionalización del autoritarismo», en la que demuestra cómo se distorsiona la democracia a través de la concentración del poder y el control de los jueces. . Este tipo de autoritarismo militarista se ha convertido en un obstáculo para la libertad de los venezolanos. Es también una tergiversación del sistema presidencial, que Andueza aborda desde las disposiciones constitucionales que sustentan esta forma de gobierno.
Más allá de la norma, señala que la interpretación del precepto constitucional apunta a sustentar el abuso de poder, ya que las instituciones, que deberían ser el equilibrio democrático, han perdido su sentido al quedar sujetas al poder político. Para ilustrar el marco general del autoritarismo, Andueza examina los orígenes históricos de lo que la doctrina llama constituciones de fachada. Aquí se hace eco de los comentarios lapidarios de Karl Lowenstein, quien advirtió que las constituciones se usaban cada vez más “para camuflar regímenes autoritarios y totalitarios”.
En el caso venezolano, la aguda inteligencia de Laureano Vallenilla Lanz distinguió entre la constitución de papel y la constitución efectiva. El primero contiene las declaraciones abstractas; la segunda es la que se aplica en la realidad. A pesar de los postulados constitucionales, la verdadera constitución es la impuesta por el régimen autoritario. El autócrata ejerce el poder a su antojo, sin control institucional. El conflicto entre forma y fondo es un drama en el ordenamiento jurídico venezolano. Se trata de la eterna búsqueda de encontrar la apariencia de legitimidad al escribir o “interpretar” la Constitución.
El autoritarismo militarista es una forma particular de ejercer el poder, que refuerza los deseos y caprichos del autócrata, quien no encuentra resistencia institucional en su afán autoritario. Y, por ello, la tarea legislativa debe limitarse a una sana interpretación del texto constitucional. Sin embargo, Andueza demuestra que la tarea legislativa, lejos de adecuarse al texto de la Constitución, más bien se aparta de su espíritu y de su razón, que se observa respecto de las leyes orgánicas.
El autoritarismo militarista favorece un fingido orden constitucional. Hay un fraude constitucional en curso que está ligado al formalismo jurídico: dar apariencia de legalidad cuando en esencia se trata de una constante violación del espíritu de la norma. Es lo que sucede con el ordenamiento jurídico formalista: revisar la forma sin ahondar en la verdad de los hechos. Con una constitución de fachada y sin separación de poderes, tenemos una democracia aparente o formal. Básicamente, hay un régimen autoritario que ha hecho del principio de alternancia una ilusión.
Un buen ejemplo de lo anterior es lo que acaba de ocurrir con la elección de los “nuevos” magistrados de la Corte Suprema de Justicia. Según una serie de estratagemas legislativas y hermenéuticas, se han designado magistrados que excederán el período de 12 años a que se refiere el artículo 264 de la Constitución que establece: “Los magistrados serán elegidos por un solo período de doce años. Sin embargo, la Asamblea Nacional reformó la referida ley orgánica de la Corte Suprema de Justicia y autorizó a quienes ya eran magistrados a postular a un nuevo mandato. Así, será posible que al menos dos de los elegidos pasen veinte años en el TSJ. Esto confirma que estamos ante una constitución de fachada o de papel, porque la verdadera constitución es la que impone el mecanismo autoritario.
Los planteamientos anteriores no pretenden ser un ejercicio teórico, sino el contraste entre lo que postulan los principios de una República democrática y los artificios de la visión autoritaria de la norma constitucional. Para recuperar los aires de libertad y restaurar el vigor republicano se necesita una dirección civil unida, inspirada en las cifras estelares de 1958. Esta dirección, con Rómulo Betancourt a la cabeza, supo imponer un proyecto político de largo plazo que permitió la reconquista de la democracia.
Por todo lo anterior, debemos recordar, como se merece, a José Guillermo Andueza cuando comenzamos a pensar en los efectos asesinos de la constitucionalización del autoritarismo militarista.