El rumbo incierto de América Latina


El mundo ha cambiado mucho en los últimos 65 años. El 10 de mayo de 1957, Gustavo Rojas Pinilla se vio obligado a renunciar a la presidencia de Colombia, que había usurpado desde 1953. En ese momento se sentía en toda América Latina un gran anhelo de libertad y justicia. Precisamente dos meses después, se fundaba en Chile el Partido Demócrata Cristiano y llegaba al poder con un programa basado en estos dos pilares. Y un año antes, en enero de 1956, había comenzado el gobierno de Juscelino Kubitschek, con quien parecía iniciarse el despegue definitivo de Brasil hacia el desarrollo.
A pesar de estas buenas expectativas, América Latina no tenía en ese momento un proyecto regional común. Por el contrario, la de Europa comenzaba a desarrollarse, tratando de olvidar odios seculares y recuperarse de la terrible destrucción causada por la guerra mundial. Pero, mientras en el viejo continente, que no había conocido la paz durante los dos siglos anteriores, se había avanzado mucho en el establecimiento de una unión política y económica, en América Latina aún no se ha lanzado una prueba seria de integración. Cabe señalar que nunca se intentó con la voluntad de lograrlo. Durante la época colonial, había poca o ninguna relación entre las provincias dependientes de España y las que dependían de Portugal. Y cada uno de estos se comunicaba –y sobre todo intercambiaba– directamente con la Metrópolis. No fue hasta el final de los tiempos que se inició la creación de grandes entidades capaces de agruparse para su defensa.
La independencia –la meta de los “hispanoamericanos” (Viscardo)– se logró a través de procesos impulsados desde varios centros. Sólo Miranda y Bolívar han formulado proyectos concretos de integración. Pero los gobernantes de los estados resultantes de la emancipación mostraron poco interés en perseguirlos: estaban más preocupados por fortalecer sus poderes al frente de pueblos que se sentían diferentes, aunque compartieran características esenciales. Medio siglo después, la oportunidad de incrementar las relaciones comerciales para obtener beneficios económicos los llevó a establecer organizaciones de interacción. El impulso provino del vecino del norte, el mayor beneficiario del proceso. Por ello, el primer organismo creado fue una “Oficina Comercial”. Gradualmente, los temas políticos fueron incorporados a la agenda. Sin embargo, la Unión Internacional de Repúblicas Americanas (1889), la Unión Panamericana (1910) y la Organización de los Estados Americanos (1948) fueron sobre todo espacios de diálogo, discusión de diferencias y resolución de conflictos, coordinación de programas específicos.
La Carta de Bogotá estableció ciertos principios sobre el objeto y funcionamiento de la sociedad política («la misión histórica de América es ofrecer al hombre una tierra de libertad y un ambiente propicio para el desarrollo de su personalidad») y sobre los derechos humanos (que señaló en el Informe Especial Declaración). Constituirían las bases de la Organización creada como foro de diálogo multilateral para promover la paz, la solidaridad y el desarrollo regional y contribuir a la solución de conflictos (para lo cual el ejercicio de la democracia representativa se consideraba una “condición indispensable”). Sin duda, estos textos reflejaban el espíritu dominante en los años de la posguerra. En 2001, la Carta Democrática especificaba: “Los pueblos de América tienen derecho a la democracia y sus gobiernos la obligación de promoverla y defenderla” (norma ignorada en 2009 al anular la exclusión de Cuba, acordada en 1962).
Han pasado casi 75 años desde el reconocimiento de estos principios, cuya concreción implicó una gran transformación, pues toda América no era un espacio propicio para las prácticas democráticas. Curiosamente, hubo pocos gobiernos democráticos en la región: la mayoría de ellos fueron dictaduras y, en algunos casos, incluso tiranías absolutas (como las de República Dominicana, Nicaragua o El Salvador). Poco después, los golpes de estado interrumpieron los procesos en Perú y Venezuela, y la violencia se apoderó de Colombia. En 1957, solo Uruguay y Chile operaban democracias estables (décadas de antigüedad). En otros cuatro países (Ecuador, Costa Rica, Bolivia y Argentina), los ensayos fueron más recientes. Aunque la situación mejoró con el tiempo, algunas dictaduras permanecieron en la Organización durante muchos años (como las del Caribe temprano y luego las militares del Sur). De hecho, aún hoy, la democracia es una promesa rota en América Latina.
En la ola libertaria de fines de la década de 1950 se conformaron los sistemas democráticos de Colombia y Venezuela, que debieron enfrentar de inmediato, casi solos, tanto a las dictaduras militares como a la furia expansionista de los revolucionarios cubanos. Su triunfo había hecho creer a muchos que era posible implantar el socialismo tras la conquista armada del poder. En respuesta, oscuras fuerzas conservadoras han despertado, incluso en países del sur con tradición civil. A principios de la década de 1970, las democracias de Costa Rica, Colombia y Venezuela apenas sobrevivían. Con este vaivén del péndulo se inició un período doloroso que degeneró en insurrecciones y guerras. Se olvidó entonces la obligación de dedicar más esfuerzos y recursos a las tareas de desarrollo. Esto no se asumió cuando ocurrió la ‘recuperación’ democrática en la década de 1980. Ahora la ‘democracia’ ya no era la base del ‘desarrollo’. La disociación de los dos conceptos tendría graves consecuencias en las décadas siguientes.
En Europa, la instauración de la democracia ha posibilitado un desarrollo económico y social -con la consiguiente mejora de las condiciones de vida- como ninguna otra propuesta política lo había logrado. Esto explica fenómenos tan recientes como la caída del sistema comunista en el Este o las luchas de ciertos pueblos por liberarse de la tutela de Moscú. En América Latina, a fines del siglo XX, los gobiernos democráticos fracasaron en la tarea de superar el subdesarrollo. Faltaron decisión e interés. Además, no han podido erradicar la corrupción, que ha sido endémica durante siglos. La desilusión de las masas se reflejó en el surgimiento de otros movimientos -estatistas, populistas y autoritarios (es decir, neofascistas) y, por supuesto, «antiyanquis»- que ignoraron los derechos y libertades y provocaron un empobrecimiento general y una migración masiva. . El revés del péndulo ha tenido diversas expresiones (desde la regeneración democrática hasta la imitación revolucionaria de los regímenes autocráticos).
Actualmente, las naciones latinoamericanas no están siguiendo el mismo camino. Quizás su destino nunca ha sido tan diverso y tan incierto. Sin contar los Estados del Caribe de habla inglesa, al inicio de 2022 abarcan 14 democracias (5 con graves carencias) de distinto signo y 6 otros regímenes. Esta diversidad no refleja el vínculo espiritual que los une. En efecto, los pueblos y los individuos consideran que forman parte de un mismo grupo, que comparten una historia y que afrontarán juntos el futuro. Están unidos por lazos más fuertes que los de Europa (447,4 millones) o el mundo árabe (436 millones). América Latina es una, en su realidad humana, social y cultural, por mestizaje, lengua, religión y cultura. Enorme (652 millones, de los cuales 212 millones corresponden a Brasil) ocupa todo un espacio geográfico continental. Junto a China (1.410 millones), India (1.380 millones) y Estados Unidos (331 millones), fue una de las grandes comunidades de la época.
A pesar de esta unidad esencial, las propuestas de integración política y económica han fracasado. Se vieron obstaculizados, en particular, por la diversidad de los sistemas y los intereses de los caudillos o parcialidades. No fracasaron junto a proyectos factibles, otros engañadores, que desviaron intenciones y esfuerzos. En consecuencia, ha habido pocas medidas efectivas. Entonces, a pesar del llamado de la historia y las primeras iniciativas, se ha avanzado poco. Cabe recordar que el tema se planteó antes de la independencia. La lucha no había cesado cuando Bolívar convocó desde Lima (diciembre de 1824) al Congreso de Panamá. Y aún no había terminado el siglo cuando los representantes de los estados existentes se reunieron en Washington. Compara tus logros con los de los demás. El T-MEC funciona en América del Norte. La Unión Europea toma decisiones que ejecuta. Y ya está en marcha una zona de libre comercio de diferentes países asiáticos.
Este 29 de mayo Colombia elegirá un nuevo presidente. Brasil también el 2 de octubre. Ambos procesos conducen a la incertidumbre, no en términos de resultados (de tendencias definidas), sino en términos de futuro. Influirán en el destino de América Latina. Sin esbozar un proyecto colectivo de largo plazo que responda a una identidad propia («nueva», ni europea ni americana, más bien «criolla»), el péndulo volverá a oscilar, sin rumbo: entre la democracia moderna y el autoritarismo, el liberalismo «social» para autocracia con intervencionismo económico. Como desde hace dos siglos, con extraños modelos inspirados en fuentes autóctonas o foráneas.
@JesusRondonN